EL ARTE DEL COYOTE
El coyote choca con la entrada al túnel que él mismo dibujó y por la que un instante antes pasó el correcaminos. Porque aunque trate de ignorarlo, lo sabe todo el tiempo: cumple la hazaña de construir el simulacro que evitará (encandilado por el trompe l’oeil) el correcaminos y en el que él no podrá sumirse. El fracaso del coyote es su éxito. Por dos razones opuestas: Por un lado el hecho de que el correcaminos atraviese el túnel muestra el éxito del simulacro: la invención del coyote se sitúa en el mismo nivel de "realidad" que el resto de los componentes del mundo del correcaminos. Por el otro aparece en tanto simulacro ante el choque del coyote. Estas razones opuestas convergen en este lugar: el coyote posee el saber de la representación y por lo tanto sabe que no puede atravesar esa entrada, aunque pretenda olvidarlo. Cada olvido provoca el choque que recuerda. Allí reside el éxito del coyote: el simulacro se muestra en su verdad de simulacro y suspende, por lo tanto, la posibilidad misma de la "verdad" fuera de la representación. Pone en suspenso el mundo del correcaminos, lo cuestiona y lo desarticula. No casualmente el correcaminos está restringido a una única actividad, un correr ciego a través de los "objetos" que interpone el coyote.
El correcaminos pertenece a la historia de la metafísica. El coyote también; pero lo sabe.
Van Gogh pone un azul ultramar con una pincelada de medio centímetro de espesor provocando la mostración: ante todo, pintura azul = pintura azul, sólo en segunda instancia pintura azul oscuro = cielo nocturno. Sale al campo de Arles a alejarse de la "naturaleza" y a esperar intranquilo y lúcido (la lucidez produce intranquilidad) a Duchamp. Duchamp desrrealiza los objetos del mundo físico mediante la paradoja de exponerlos "sin artificio". Ante la comprobación: mingitorio = mingitorio se produce el comentario y entonces: mingitorio no= mingitorio; aparece el plus, ¿un discurso? Van Gogh se dedicó a la locura, Duchamp al ajedrez.
Por complicado que resulte, el ajedrez es más fácil que lo constantemente abierto, tiene sus fijezas: hay reglas que señalan lo que una y otra vez será repetido para acceder al juego. Incluso la explicación podría pensarse como una especie de discurso performativo, ya que explicar el juego es jugarlo.
Lógicamente.
El ajedrez (como cualquier juego, incluida la matemática) no es otra cosa que una sintaxis. No es necesaria la hermenéutica para jugar ajedrez.
Sin embargo.
En un mundo con una metodología, por ejemplo, surrealista, ¿habría lugar para un juego como el ajedrez? EI ajedrez lleva las huellas de un (o algunos) mundo y esas huellas no están en otra parte, que habría que encontrar o reconstruir para que aparezcan, son el juego.
Ahora bien, aquí estamos otra vez ante el tema de las delimitaciones: ¿dónde empieza lo semántico y termina lo sintáctico?.
Pero volvamos al campo del arte.
En el arte la interpretación es constitutiva de la obra tanto como lo son la materia y los medios con los que es configurada1. En el mismo acto productor se instala la lectura desde que la más mínima decisión o elección por parte del productor la implica, y esto sin importar que el productor pretenda o no leer su producto. Desde ya, no tiene por qué interesarle "interpretar" lo que está produciendo, pero desde el momento en que configura sintácticamente el objeto, o incluso en la decisión de no articular una sintaxis (suponiendo que sea posible) ya apareció la instancia hermenéutica, en tanto esa instancia no se articula en el gesto individual de un artista sino en la red social y cultural que lo instituye.
Lo que ocurre es que estamos en el campo del lenguaje y en este campo, tanto la producción como el consumo (la interpretación) producen lenguaje y se constituyen en él.
Entonces, si la producción se instituye sólo desde su otro, el consumo, éste no puede dejar de articularse a la vez corno producción, configurándose el producto artístico corno intersección de esos espacios. La interpretación cumple el completamiento del producto (a condición de que nunca sea cornpleto) para que éste acceda a la existencia como tal.
En este sentido podemos leer lo que afirma Federico Schuster sobre la conceptualización de Gadamer: "...al leerlo proyecto un sentido, le proyecto al texto un sentido, proyecto mis ideas, mis prejuicios (como los llama él, que no son precisamente negativos, son los juicios previos), todos mis conocimientos anteriores, hasta trato de darle un sentido al texto."2 y agrega que entonces se produce una tensión entre la objetividad del texto y la subjetividad del intérprete.
Esta operación de lectura, este dar sentido al texto, produce (o al menos coproduce) el texto en el acto de leerlo, y entonces la lectura es, a la vez, escritura3. Sin embargo, no todos los textos (o las producciones en general) trabajan de la misma manera este vínculo. Es indudable que la obra anterior al siglo XX pretendía constituirse como totalidad completa en sí misma y dejar a la interpretación el mero espacio del desciframiento de lo que ya estaba ahí corno escritura. Por supuesto que no escapa (hoy) al movimiento de la lectura en el sentido en que lo estoy planteando pero para eso tiene que haber ocurrido un cambio.
Ese cambio, que comienza en la segunda mitad del siglo XIX (en arte lo inaugura el impresionismo), se ha llamado siglo XX y ha colocado en una posición fundamental y problemática a la vez, a la hermenéutica.
Julia Kristeva, analizando la obra de Raymond Roussel, dice: "Desdoblando el lugar de su escritura en lugar de escritura y de lectura (de trabajo y de consumo) de un texto, y exigiendo el mismo desdoblamiento en el lugar de la lectura (que debería convertirse en lugar de lectura y de escritura, de consumo y de trabajo), Roussel es llevado, por un lado, a pensar su libro como una actividad que aplica impresiones, señales, modificaciones a una superficie distinta de ellas (la superficie de la lengua), superficie que sacan de su identidad propia, de su "verosímil" por el hecho de aplicarle una heterogeneidad: la escritura..."4
Este escribir pensando la escritura, que se vincula a una interpretación ella misma escritura, atraviesa todo el siglo XX y otorga a la hermenéutica un lugar fundamental. Hermenéutica completamente alejada de aquella de la exégesis bíblica, esa metafísica del texto originario que encierra una "verdad" que debe ser descifrada correctamente. En este sentido, es sumamente interesante la noción de "interpretación infinita". "A partir del siglo XX los signos se encadenan en una red inagotable, infinita, no porque reposen sobre una semejanza sin límites, sino porque hay una apertura irreductible. Lo inacabado de la interpretación, el hecho de que ella sea siempre recortada y que permanezca en suspenso al borde de ella misma, creo que se encuentra de una manera bastante análoga en Marx, Nietzsche y Freud, bajo la forma del rechazo del comienzo."5 (El subrayado es mío).
Aquí es donde la hermenéutica adquiere su derecho a pensar la sociedad: si la sociedad se constituye en la apertura, en la imposibilidad del origen desde el cual derivar todo el devenir histórico en una relación de causalidad lineal, entonces puede pensarse construida por las producciones y las interacciones de sus actores y en tanto tal interpretable, ya que es la interpretación la que daría cuenta de ese lugar, nudo y hiato a la vez, de la objetividad y la subjetividad, que deviene constitutivo.
Si la historia no es el producto de una voluntad suprema o una razón fuera de la historia que tendería teleológicamente a su acabamiento, entonces hay que (inevitablemente) aportarle un sentido. No. Los sentidos que esa sociedad es capaz de articular y que dan cuenta de las condiciones en que son producidos y por lo tanto de su propia provisionalidad, desde que emergen en ese lugar a la vez separado y unido (el guión) de la relación sujeto-objeto. Estamos lejos de la arbitrariedad subjetiva que criticaba Schuster y que parece desconocer lo que la propia subjetividad tiene de estructural6. No se puede interpretar de cualquier modo, desde que el sentido surge en y por la intersubjetividad. No es improbable que en un futuro distinciones como la de objetividad-subjetividad pierdan su relevancia. Este lugar en que producción y lectura se intersectan y en el que, incluso, sus límites se tornan borrosos, es el que intuyó Breton al postular la "trouvaille" como la actividad artística surrealista por antonomasia, en la que el "objet trouvé" deviene una especie de coagulación espacio-temporal, lugar en que se produciría (aunque sea por un instante) la coincidencia entre las propiedades objetivas del "mundo" y la subjetividad del que encuentra7.
ARTE Y TECNOLOGIA
El tiempo de las vanguardias era el tiempo en que la tecnología podía ser sospechada desde el campo del arte (aunque también adorada como la nueva divinidad y una panacea no sólo para el arte sino para la vida).
Hoy esto se ha modificado. Los medios masivos de comunicación irrumpieron hace ya tiempo y se posicionaron también en el campo del arte. Probablemente, hayan tenido un papel fundamental en lo que se ha llamado el fin de las vanguardias. Hoy la informática es no sólo innegable sino que además, directa o indirectamente, modifica la práctica y también la teoría del arte.
El coyote está más cerca y más lejos del correcaminos. El coyote, en esa persecución imposible, tiene hoy una enorme cantidad de artefactos (no sé si marca Acme) y recursos. Pero, al mismo tiempo, esto parece estar provocando un modo de sujeto que podría no diferenciar el espacio representado y el espacio de la representación.
El arte podría olvidar su búsqueda de lo que no se puede encontrar y, mediante un retorno al pensamiento mimético creer que ha llegado. El correcaminos atrapado sería, quizá, la ilusión (en tanto trompe l'oeil) de este tiempo y, entonces, se perdería la posibilidad de ver que el correcaminos no estaba allí más que para la persecución infatigable del coyote. Atrapar el sentido sería perderlo. El sentido es lo que una y otra vez se escapa para reencontrarlo una y otra vez.
Si ese olvido no ocurre, las nuevas tecnologías podrían estar configurando topologías donde el encuentro, el caos, el azar no serían lo opuesto al orden del mundo sino su posibilidad. También la del arte.
Roberto Echen
NOTAS
1- Intenté una aproximación a esta problemática en "Apuntes-anotaciones" , publicado por la Escuela "Manuel Musto".Rosario. 1992
2- Federico Schuster: "El oficio del investigador", página 36.
3- Escritura en sentido derridiano.
4- Julia Kristeva: "Semiótica 2", Editorial Fundamentos, 1981, página l 7 (el subrayado es de la autora)
5- M. Foucault: "Nietzche, Freud, Marx", Ed. El cielo por asalto, l 995, página 41.
6- Guatari propone el concepto de subjetivación, es decir producción de subjetividad, en oposición a una subjetividad constituida como individualidad, y da algunos ejemplos de los cuales me interesan los siguientes; "En el Este, lo caída de la cortina de hierro no se produjo bajo la presión de insurrecciones armadas sino por la cristalización de un inmenso deseo colectivo que demolió el sustrato mental del sistema totalitario poststalinista. Fenómeno extremadamente complejo por cuanto combinó aspiraciones emancipadoras con pulsiones retrógradas, conservadoras y hasta fascistas, de orden nacionalista, étnico y religioso, En medio de esta tormenta, ¿cómo superarán los pueblos de Europa central y de los países del Este la amarga decepción que les ha reservado hasta ahora el Oeste capitalista? La Historia nos lo dirá. ¡Una Historia portadora quizá de ingratas sorpresas, pero por qué no, de un ulterior resurgimiento de las luchas sociales! ¿Cuán asesina habrá sido, en comparación, la guerra del Golfo! A su respecto casi podría hablarse de genocidio pues condujo a la exterminación, sin distinción de pueblos, de muchos más iraquíes que las víctimas causadas en 1945 por las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Con la perspectiva del tiempo, su apuesta aparece claramente como uno tentativa de someter a las poblaciones árabes y de adueñarse de la opinión mundial: había que demostrar que el estilo yanqui de subjetivación podía imponerse merced al poder combinado de las armas y de los medios de comunicación." (Félix Guatari: "Caosmosis" , Ed. Manantial, 1996, página 13) Es interesante constatar que las guerras demuestran de un modo trágico que en verdad es ese concepto de subjetivación en el que se cree ya que de otro modo se debería matar con nombre y apellido (incluso cuando esto ocurre, como en las persecuciones ideológicas, lo que se pretende destruir es lo que, en la subjetividad, excede lo individual) y esto aunque se lo haga, paradójicamente, en nombre de una subjetividad individualista.
7- André Breton: "L’amour fou" , Gallimard, l995.